Más allá de la yuca hervida y la botella de ron en Cuba.

  En agosto de 2012 cuando visité Cuba, y durante un trayecto en máquina de alquiler entre dos pueblos del Centro de Cuba, Cienfuegos y Manicaragua, escuchaba con atención el debate de mis compañeros de viaje sobre las noticias del acontecer internacional, dice Yasser Rojas Fuente -corresponsal de www.madridhabana.com, residente en Portland, EE.UU.- de una visita a Cuba.

Crónica de viaje, por: Yasser Rojas Fuente, corresponsal de www.madridhabana.com, residente en Portland, EE.UU.

  Unos y otros ponían ejemplos de masacres, disturbios, eventos naturales adversos, etc, hasta que el chofer del “Almendrón” dio las conclusiones: “Señores, por eso yo no me voy pa ningún lado. Aquí en Cuba no tendremos de na, pero con una yuca hervida y una botella de ron somos felices”

  Aquellas palabras las recuerdo una y otra vez por casi cinco años, y a cada rato hago el cuento en algún que otro debate, entre amigos, sobre el acontecer de la isla.

  ¿Que podría hacerse para que el cubano de a pie, como el chofer del almendrón, se diera cuenta que más allá de una yuca hervida y una botella de ron, existen otras cosas que lo pudieran hacer sentir más feliz?

  A partir del 17 de diciembre de 2014 empecé a encontrarle respuestas a mi interrogante.

  Sobre la apertura de la embajada de EE.UU. en la habana escuche decir a la ex candidata demócrata Hillary Clinton: “La apertura de la embajada en la Habana no constituye una concesión al régimen, sino un faro de esperanza para los cubanos”

  Esperanzas que se tradujeron muy pronto en la expansión de los lazos comerciales entre ambas naciones, iniciativas para cooperar en temas como la salud, el narcotráfico, agricultura, tráfico humano, así como los esperados viajes de ciudadanos norteamericanos en cruceros y a través de enlaces aéreos directos.

  Los norteamericanos habían apostado por devolverle las esperanzas a los cubanos de a pie, para que no se conformarán con una yuca hervida y una botella de ron, como el chofer del almendrón. Los nuevos amigos querían hacer valer los derechos individuales del pueblo cubano, ayudándoles a ganarse la vida y construir algo de lo que se pudieran sentir orgullosos. Querían compartir con ellos y transmitirles sus valores.

  Ya con anterioridad, yo en particular, había tenido la oportunidad de conocer esos valores a través de ejemplos como el de Pablo, él mira huecos de mi cuadra en cuba, quien después de subirse a una balsa en 1994 e instalarse en Nueva Jersey, regresó en 2001 siendo otra persona, ganándose la admiración, hasta de la vecina que más lo rechazaba por su puntería con los huecos.

  Conocía de los valores de esta nación a través de los halagos de mi abuela Juana a los hijos de Jesús y Cari, el matrimonio al que todo el barrio le lanzó huevos en 1980 y que en la década de los 90 enviaban a sus hijos a vacacionar en cuba. Estos eran los únicos que después de regresar de un juego de pelota callejero pedían a la abuela el agua “de favor” y le devolvían el vaso con las “gracias” ¡Que educaditos son!, decía con admiración mi viejita, que ya no está entre nosotros.

  Más reciente, puedo citar a Jacinto, mi profesor de ajedrez en Cuba, su esposa Neida y sus dos hijos, quienes llegaron a EE.UU. hace apenas cuatro años.

  El profe se ganaba la vida en cuba robando. Si, robando ron de la fábrica de la ciudad y después vendiendo en su casa, para así alimentar a sus hijos Julito y Niuvis de 14 y 10 años entonces, porque su salario de profesor y el de su esposa de contadora, no les alcanzaba para mantener a la familia.

  Durante estos últimos cuatro años, he visto al profe trabajar honradamente, lo vi hacer horas voluntarias de madrugada en una ensambladora de computadoras para así ganarse la primera máquina con la que Julito y niuvis harían sus deberes escolares.

  Todavía hoy, el profe Jacinto no puede dormir un poco más los domingos, su único día libre en el trabajo, pues adelanta hasta McDonald a su hijo Julito, el cual tiene allí un trabajo a tiempo parcial, mientras estudia ingeniería en sistemas en la universidad.

  Cada vez que le digo que se va a morir trabajando, me responde que no le importa, porque el trabajo honrado aquí, le ha devuelto la dignidad, a él y a su familia.

  Precisamente con el profe Jacinto tuve mi primer debate sobre la nueva política que implementara el presidente Trump en lo adelante con respecto a Cuba. Bajamos un 12 de Heineken armando y desarmando escenarios de lo que puede pasar en cuba con la nueva estrategia. Por primera vez no nos entendimos el profe y yo.

  Respeto las opiniones de todos, incluso, no dudo de las buenas intenciones de quienes comparten la nueva política del presidente sobre la isla, pero considero que aislar a cuba no ha funcionado. En la práctica esta política del pasado solo ha traído fortalezas al gobierno cubano, y rechazo por parte de la opinión pública nacional, tanto en EE.UU. como en cuba, así como de la comunidad internacional en general.

  El problema radica en que a los cubanos no nos gusta que nos impongan las cosas y nos digan que tenemos que hacer. El presidente Trump exigió al Gobierno de Cuba poner sobre la mesa un mejor acuerdo, como condición para continuar creando confianzas entre ambos países.

  Por supuesto, el rechazo no se hizo esperar: “Cuba no negocia bajo presión” acaba de declarar en Europa el canciller cubano Bruno Rodríguez Parrilla.

  En mi opinión, no es la dictadura quien no negocia bajo presión, somos los cubanos en general. Si no me quieren creer abran sus redes sociales, busquen cualquier video o escrito de cualquiera de las dos orillas. Uno da una opinión de un tema y quienes le vayan en contra reciben como recompensa un bloqueo de amistad en el mejor de los casos, o en el peor, una ráfaga de insultos acompañados de una cita para fajarse, con dirección y número de teléfono del ofendido, para que lo encuentren mejor.

  Yo no nací en EE.UU. como el senador Marco Rubio, recién voy a cumplir seis años aquí, por lo que me acuerdo muy bien de Faustino y Perla, unos viejitos de mi barrio que vivían del retiro del primero y todavía la bodega era su salvación cada mes. También recuerdo a David, el niño discapacitado que recibía clases en su casa por una maestra ambulante.

  Cada día podía ver a los enfermos que se curaban gratuitamente en los hospitales, las embarazadas en sus hogares, donde eran visitadas por la enfermera de la familia, pendientes de cada cambio en la gestación, en fin, recuerdo al pueblo de a pie que subsiste gracias al Estado, quien juega un papel principal en esa sociedad, el mismo Estado, contra el cual van dirigidas las aplaudidas medidas del presidente Trump.

  Dejemos que sea el pueblo cubano de la isla, quien decida su futuro. Ayudemoslo a darse cuenta, que más allá de la yuca hervida y la botella de ron, existe un porvenir mejor.

Por: Yasser Rojas Fuente, corresponsal de www.madridhabana.com, residente en Portland, EE.UU.

yrf/MH/20-06-2017,Portland,EE.UU.

MH

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