Una visa denegada por extranjera indeseable: la América de Trump llega a mi casa.

Una visa denegada por extranjera indeseable: la América de Trump llega a mi casa. 

A mi mujer no le permiten entrar en EEUU. La decisión ha sido tan rápida y brutal que solo puede obedecer a las decisiones de una Administración que promueve el racismo de sus funcionarios

Por: DANIEL IRIARTETomado de El Confidencial, España. Contacta al autor

  A mi mujer le han denegado el visado a Estados Unidos. Al funcionario tras la ventanilla del consulado en Madrid le han bastado unas pocas preguntas (“¿Cuánto ganas?”, “¿Tienes familia allí?”, “¿Has sido arrestada alguna vez?”) para decidir que la verdadera intención de ella, la periodista cubana Grettel Reinoso, no era, como decía, asistir a la boda de su prima en Miami sino convertirse en una inmigrante ilegal. Ni siquiera le ha permitido entregar los mismos papeles que el propio consulado exige, acreditando su situación financiera y su arraigo (como el hecho de que su marido y su hija son españoles, y que toda su vida está construida aquí).

  El interrogatorio ha sido tan rápido y brutal que solo puede deberse a dos motivos: la mala fe de un funcionario que se sabe impune, o una directriz desde arriba para que dejen entrar al menor número de extranjeros indeseables. En ambos casos, es muy preocupante. La América de Donald Trump ha llegado a mi familia.

  Para nosotros supone poco más que una molestia: hemos perdido los 160 dólares que aportamos para presentar la solicitud, y mi mujer no podrá estar presente en el enlace matrimonial de su pariente. Ciertamente, nada comparable con los auténticos dramas humanos provocadas por la política de inmigración de la Administración Trump. Pero una de las pocas ventajas de esta profesión es que uno puede desahogarse un poco de las injusticias escribiendo, y además, estas cosas hay que contarlas: lo que no sale en los medios, no existe.

  Eso no quiere decir que no sea plenamente consciente de que nuestro malestar es anecdótico al lado, por ejemplo, de los problemas que ha generado la decisión de Trump de reducir al mínimo los servicios consularesen La Habana tras el extraño episodio de los ‘ataques sónicos’: ahora, los ciudadanos cubanos que quieran pedir un visado deben dirigirse al consulado de EEUU en Bogotá. ¿Y qué cubano está en condiciones de conseguir una visa colombiana, viajar allá, permanecer en Colombia el tiempo que sea necesario hasta obtener respuesta, y sin ninguna garantía de que su solicitud vaya a ser aceptada? Pues eso.

  Por no hablar de los más de 200.000 salvadoreños que ya han empezado a ser deportados de EEUU después de que Trump decidiese acabar con su estatus de “personas temporalmente protegidas” concedido tras los terremotos en su país en 2001, y de los casi 60.000 haitianos que se disponen a sufrir ese mismo destino. O los 750.000 jóvenes traídos a Estados Unidos por sus padres cuando eran niños y hasta ahora protegidos por el programa DACA, y que este mes de marzo empezarán a perder sus permisos de trabajo temporales a un ritmo de mil al día, como antesala de su expulsión definitiva a unos países que en muchos casos ya no reconocen como suyos. Además, el número de refugiados aceptados por EEUU ha llegado a su cifra más baja desde 1980.

  Pero lo sucedido en el consulado de Madrid me lleva sobre todo a reflexionar sobre las estructuras de micropoder, y de cómo algunas personas -como las que trabajan en los servicios de inmigración en todo el mundo- tienen la potestad de hacer mucho daño cuando por desidia o apatía, porque tienen un mal día o por una hostilidad real hacia las personas que tienen enfrente, toman una decisión injusta que acaba por arruinar una o varias vidas, sin que para ellos sea otra cosa que pura rutina. Que es lo que está sucediendo con la oficina de Control de Inmigración y Aduanas de EEUU (ICE), muchos de cuyos miembros son racistas declarados que consideran que impedir la entrada de personas de piel oscura es un servicio a la nación.

  Ahora, estas personas se sienten empoderadas por Trump: desde su llegada a la Casa Blanca, el número de arrestos practicado por la ICE se ha incrementado en un 40%, y se han duplicado los llamados “arrestos no criminales”, es decir, los meramente relacionados con cuestiones migratorias sin que haya una actividad delictiva de por medio (“Cuando se eliminan todas las prioridades, es como un pescador que es libre de llenar su cuota en cualquier parte”, señalaba recientemente John Sandweg, un ex director de la ICE. Dicho de otra manera: a la hora de deportar, nos vale cualquiera).

  Peor aún es que, como revelan publicaciones como The New Yorker o The Intercept, este organismo haya empezado a perseguir incluso a los activistas por los derechos de los inmigrantes. La ICE hasta tiene un manual interno, recientemente filtrado, en el que se explica a sus trabajadores cómo conseguir que ciudadanos naturalizados estadounidenses puedan ser desprovistos de su ciudadanía. Y empiezan a acumularse las denuncias sobre individuos deportados ilegalmente, como algunos solicitantes de asilo expulsados antes de que expirase el plazo de su petición.

  Las consecuencias ya empiezan a notarse: desde cosechas que se pudrenporque los granjeros no encuentran suficientes personas dispuestas a trabajar en el campo (una tarea que a menudo llevan a cabo inmigrantes con y sin documentos, puesto que los estadounidenses no están dispuestos a hacerla, ni siquiera tras un incremento salarial significativo) hasta el “drenaje de cerebros” -en este caso parece inadecuado llamarlo “fuga”- que optan por otros países, conscientes de que en EEUU nunca podrán vivir con la seguridad de que el día de mañana no va a aparecer otro demagogo dispuesto a expulsarles. El principal beneficiario de este último proceso parece estar siendo, pese al frío, un Canadá mucho más amistoso con la inmigración cualificada.

  Por su simbolismo, uno de los cambios más significativos tuvo lugar el jueves pasado: el nuevo director de los Servicios de Inmigración y Ciudadanía de EEUU (USCIS), L. Francis Cissna, envió un correo electrónico a su personal explicando el nuevo propósito de la institución, eliminando la frase que definía al país como «una nación de inmigrantes» y toda referencia a su deseo de servir a los recién llegados. Desde ahora, la nueva misión del USCIS es «administrar el sistema de inmigración legal, salvaguardando su integridad adjudicando de forma eficiente y justa las solicitudes de los beneficios de inmigración mientras protege a los estadounidenses, mantiene segura la patria y honra nuestros valores».

  Por desgracia, estas políticas son el motivo por el que millones de estadounidenses votaron a Donald Trump. En ese sentido, el candidato Trump y el presidente han resultado ser la misma persona: alguien que prometía una América menos multicultural, sin temor a mostrar su racismo en público. Muchos creyeron que el Despacho Oval atemperaría los modos del magnate. Y hasta cierto punto, puedo comprender que la clase trabajadora blanca que se ha sentido amenazada por la llegada masiva de inmigrantes en las últimas dos décadas haya apoyado a Trump. Lo que me resulta más difícil de concebir es la postura de sus votantes de origen extranjero. Por lo que hemos visto y leído en entrevistas, en algunos casos a éstos lo que les motiva es la idea de haber luchado duro y resuelto su vida, y que los que vengan detrás que apechuguen. Pero los que me dan verdadera lástima son aquellos que, pese a todas las señales en sentido contrario, creyeron que Trump mejoraría la economía y promovería los valores conservadores, pero que en el fondo no sería capaz de cumplir sus promesas racistas. A estas alturas, ya se deben haber desengañado.

MH/ElConfidencial, 26-02-2018,Madrid.

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